LA CIUDAD EN LLAMAS, UNA HISTORIA DE DOLOR Y SUPERVIVIENCIA
Una bruma se sentía sobre la ciudad, había un silencio espectral que recorría las calles, nada parecía calmar esa sensación. Ambos bandos sentían que cada uno tenía la razón y se movían con cautela planeando como atacar.
Ideas distintas, un mismo sentir. Liberales y conservadores, época compleja que desencadenó la guerra de los mil días, el odio invadía a cada hogar y separaba familias enteras.
La intensidad de las creencias tocó la vida de la tradicional familia Aristizábal. Bogotá fue su hogar generación, tras generación. Don Arnobio Aristizábal, cabeza de la familia, creía ciegamente en la libertad del color rojo, sus hijos lo oían hablar constantemente con una pasión casi enfermiza sobre las oportunidades de abrirse a las ideas que promulgaba Rafael Uribe Uribe desde principios de 1899. El buscaba reformas políticas y sociales que les permitieran una mayor participación en el poder.
Doña Elvia y sus dos hijas, seguían a consciencia los preceptos conservadores que se oponían a cualquier cambio por miedo a perder protección de la familia y el estado.
Pero fue inevitable, la guerra estalló en octubre de 1899, cuando un grupo de liberales se levantó en armas en Socorro Santander, de inmediato la lucha se extendió rápidamente, al igual que el odio de unos contra otros, llegando a todo el país.
Bogotá como capital no fue la excepción, desde todos los rincones de la ciudad de entonces se escuchaba un grito partidario convocando a la protesta, y fue así como los privilegiados hijos de Don Arnobio, juiciosos estudiantes de la Universidad Santo Tomas, aireados y palpitantes por la liberación, salieron fortalecidos a la calle a protestar y pelear con esos conservadores de…
Su padre se asustó cuando vio que su exaltación y fanatismo político, estaba conduciendo a sus hijos a la verdadera violencia. Doña Elvia lloraba sin parar y sus hijas pálidas y asustadas les pedían a gritos a sus hermanos que no salieran a la calle, que no valía la pena; pero ellos, haciéndose de oídos sordos y sintiendo la fuerza del grito libertador en sus almas, se armaron con cuchillos y machetes salidos de la habitación de herramientas.
No entendían Paca y Juliana que pasaba en ese momento, sus vidas eran buenas, vivían en una hermosa casa colonial heredada de sus abuelos paternos, tenían todas las comodidades , incluso los hombres podían estudiar y ellas se preparaban para ser esposas y madres capaces y prósperas. Todo era confusión y caos.
Perdieron el hilo de sus vidas, la familia inquieta esperaba el desenlace de esa revolución que día a día se convertía en guerra civil.
Sus hijos no llegaron esa noche, ni la siguiente, desesperados en medio del caos, Don Arnobio y sus trabajadores salieron a buscarlos mientras las mujeres rezaban juntas.
Al tercer día llegó una carretilla grande empujada por dos trabajadores y el padre caminando lentamente detrás. Ahí venían sus hijos muertos sin gloria, en una lucha sin fin que acabó con la esperanza y el futuro.
Un funeral doble, fue lo único que quedó ese día, la tristeza infinita de una familia destrozada y la cicatriz imborrable de que no vale la pena pelear por ideales vanos sin sentido y que destruyen lo construido cimentado en el amor.
Un funeral y nada más, eso dejó la guerra de los mil días.
Autora Sandra Patricia Fernández
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