UN SUSURRO DE FELICIDAD
Autora Sandra Patricia Fernández
En un vibrante paseo por los campos holandeses donde los tulipanes alegran con sus coloridos trajes la pradera, camina taciturna Liselot, una joven audaz y soñadora para la época, que era criticada y señalada siempre por los adultos por su gran imaginación y el constante deseo de ser mas que una ama de casa.
1893 con su machismo desenfrenado seguía juzgando a la mujer que quisiera vivir diferentes a los esquemas tradicionales. Como bien lo decía la iglesia protestante a la cual pertenecía, “el sitio de la mujer es el hogar y ahí sirve a Dios a través de servir a su familia”, mientras que el lugar del hombre era en el exterior, donde reinaba con su inteligencia e ímpetu en una sociedad fuerte y varonil por excelencia.
La tristeza de Liselot, nombre creado por 2 bellos significados, Liza-juramento de Dios y Charlotte -pequeña y femenina, había sido escogido por sus padres para seguir la herencia de recato y sumisión de las mujeres de la época. Ella cargaba con ese estigma como marca de nacimiento, que le indicaba al mundo su tradición.
Pero ella era diferente, su corazón cabalgaba por los cielos y formaba historias sin fin para crear una vida de aventuras y letras. Su sueño, su principal sueño era escribir, tanto que los dedos se entumecieran por la fuerza de sus letras, y sus ojos lloraran enternecidos por la magnificencia de sus escritos.
Abril de 1893 en plena primavera floreciente, era un día gris para Liselot, rogó por horas a los pies de su padre, para que le permitiera convertirse en la escritora que soñaba, pero su padre inflexible no cedió y juró internarla en un monasterio de retiro alejándola de la familia si seguía con esas ideas malsanas y revolucionarias, locuras de la juventud como repetía siempre.
Llorando, al caminar por el puente que atraviesa el río cercano, contemplaba distraída los hermosos campos primaverales, especialmente bellos y coloridos en ese mes; pero ella tan solo veía entre cortinas de lágrimas un escenario gris y lúgubre. Tan distraída estaba que no vio llegar por detrás a Berg, su amoroso hermano mayor, quien siempre estaba ahí para cuidarla y protegerla sin importar las consecuencias.
Cuando la abrazó por detrás y la elevó por los aires haciéndola girar, tembló de susto, pero rápidamente sonrió al ver que era él. Este con cariño contempló su rostro rodeado de llanto y limpió sus lágrimas con una sonrisa. Luego caminaron por el muelle donde terminaba el río y ahí le dio la gran noticia, negoció con su padre para convertirse en su tutor y acompañarla en el proceso de convertirse en escritora, con el compromiso de que nunca se presentaría sola en ningún lugar, y podría ser reconocida por su propio nombre sin sinónimos que la escondieran, claro está, tendría que casarse con el hombre mas conveniente que el le escogiera, aunque eso sería tema para otro momento.
Ella no escuchó ese final, ya que con su mirada juguetona y sintiendo una emoción profunda salida del interior de su vientre, gritó infinitamente con una gran felicidad, mientras un artista espontaneo captaba ese momento en el lienzo que abrazaba el sol.
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